Oct 17_00 La Calidez Humana.

Mensaje.

 

Mensaje de Nuestro Señor Jesucristo a J.V.

 

Habla Nuestro Señor Jesucristo,

Hijitos Míos, os quiero hablar ahora sobre la calidez humana. La calidez humana es una cualidad de la creatura que se obtiene cuando el alma aprende a desprenderse de lo que tiene uno mismo y, aún más, de sí mismo, para darse a los demás.

La calidez humana llega a ser una cualidad grande en el ser cuando ha llenado su alma de caridad, cuando produce amor hacia los demás y cuando ha entendido lo que debe significar la verdadera fraternidad.

No hay calor humano en aquellos que están apegados a las cosas de la Tierra.

No hay calor humano en aquellos que valoran más las cosas que a su prójimo. No hay calor humano en aquellos que no saben ponerse en el lugar de los demás. No hay calor humano en aquellos que no han permitido que Yo, su Dios, penetre en su corazón.

Cuando se tiene ése calor humano es porque Yo ya habito en su corazón. Vuestro dicho dice: No se puede dar lo que no se tiene. Y esto es verdad, en el calor humano estoy Yo perfectamente reflejado, es Mi mismísima caridad la que está moviendo al corazón humano, Soy Yo en ésa alma, Soy Yo reflejado en las acciones del alma que ayuda a las almas de sus prójimos. NO puede haber calidez humana si Yo no habito en ése ser.

Vosotros, desde pequeños, habéis visitado familias diferentes a la vuestra y habéis constatado la diversidad de tratos y así como en algunas habéis visto egoísmo, pleitos, maldad, grosería, separación, en otras habéis estado muy a gusto, porque os sentisteis “como en familia” ó mejor que en familia, si es que en la vuestra no se vive la caridad y la fraternidad.

Esas familias “especiales”, son familias en las que habito Yo. Se distinguen los hijos en la escuela, se distingue la familia en la sociedad, se distinguen los papás en sus diferentes áreas de trabajo y todo esto se dá, porque Yo habito en ése hogar y, porque primero Me dejaron habitar en su corazón.

La calidez humana es respetuosa, es caritativa, busca ayudar en lo que se necesite y ofrece sus servicios sólo por amor y con el deseo de ver en las otras personas ó en sus familias, lo que en la suya ya se vive.

La calidez humana no es egoísta y ofrece todo lo que se tiene, con tal de ayudar al necesitado. Son amigos de verdad, con los que uno puede contar realmente, en las buenas y en las malas. Cuando uno encuentra a una persona ó a una familia que tiene ésta cualidad, se ha encontrado con Mi misma Presencia en él ó en ellos.
Esta era una característica de las primeras comunidades cristianas. Se vivía en fraternidad y compartiendo todo con todos. Se vivía ésta calidez humana, ésta entrega de Mi Cielo aquí en la Tierra. Es la vivencia de los que Me han comprendido, Me han tomado y Me comparten con los demás.

Yo Soy el Gran Tesoro que el alma añora, que el alma busca, aún sin estar completamente cierta en qué buscar, pero que cuando Me encuentra, se siente saciada, se siente completa, se siente segura de saber que ya tiene su alimento verdadero.

Yo Soy el alimento de Vida del alma. Sin Mí, el alma no puede dar su máximo.

Un alma, como el cuerpo, necesita sentirse alimentada y cuando el alma Me encuentra, encuentra su alimento básico. Si ella aprende a valorarMe, entonces Me buscará más, para alimentarse mejor y así poder crecer a la par con el cuerpo, ó aún mucho más, puesto que el alma, a diferencia del cuerpo, es infinita, por ser parte de Mí, por ser de esencia divina.

Si os llenáis de Mí, si habéis aprendido a buscarMe y os alimentáis de Mí continuamente, por resultado produciréis calidez humana y con ella deberéis contagiar a todos los que os rodean, para que, por fin, se vaya dando Mi Reino de Paz y de Amor, viviendo todos los hombres de la Tierra en una verdadera fraternidad, produciendo entre todos vosotros, el calor humano que tanto necesitáis en éstos tiempos.

Yo, vuestro Jesús, Dios encarnado, viví en un hogar el cuál era ejemplo para la gente de Mi tiempo. Todos los que ahí llegaban, sentían ésa paz, ése reposo del alma, que sólo puede producir el amor puro, verdadero y desinteresado y que era producido por nosotros tres, Yo y Mis Padres, María y José.

Pedidles a Ellos que se acerquen y vivan en vuestro hogar, para que combatan, con amor, todo aquello que esté impidiendo que se desarrolle una verdadera vida de amor dentro de vuestra familia.

Necesitáis hacer esto, ya, puesto que el maligno sabe que si se impide se viva el amor, la fraternidad, el respeto, la unión en familia, él podrá, fácilmente, destruir a la sociedad y al Mundo.

En los hogares donde se vive Mi Presencia, la presencia de la Casita de Nazaret, el maligno no puede hacer nada, porque, donde el amor está bien cimentado, el odio, la maldad y sus consecuencias, no pueden hacer ningún daño. Podrá causar alguna dificultad, pero al amor pronto lo restaurará.

Buscad afanosamente el crear un ambiente de paz, de amor, de armonía en vuestro corazón, primeramente, para que éste luego llene vuestro hogar y luego éste invada a la sociedad y a todo el Mundo.

Notad que no os digo, pedidle a los demás que cambien, sino empezad con vosotros mismos, porque ésta es la belleza del Amor, de Mi Amor en vosotros. Es tan grande y su valor tan inmenso, que, al momento en que el alma se llena de él, le sobreviene la necesidad de compartirlo y, como don natural, lo lleva a todos aquellos que le rodean y, así, poco a poco, si lo sigue alimentado, lo llevará, cada vez más lejos, si puede hacerla personalmente, y si no es así, entonces, a través de la oración, lo llevará a todos los rincones de la Tierra.

Cuando se vive, realmente, Mi Amor, éste se vuelve como una epidemia, pero benéfica. Uno quiere contagiar de ésa alegría y de ese bienestar, que el amor produce, a todos sus hermanos, por ello se les llega a ver raros ante la “normal sociedad”, a las almas que Me han aceptado, que Mi Amor inflama sus corazones y que, la necesidad de compartirlo, se les vuelve imperiosa.

Llenaos de Mi Amor y contagiad al Mundo entero con él, a través de la calidez que éste produzca en vuestro corazón.

Yo os bendigo en Nombre de Mi Santo Padre, en Mi Nombre, Maestro del Amor y de Mi Santo Espíritu, Fuente de todo Bien.