Feb 17_2023 ¡Cuánto dolor en la Cruz! ¡Pobres, pobres hijos Míos! Padre: ¡Perdónalos, porque no saben lo que hacen!

JV en oración personal: Visión y padecimiento de Nuestro Señor Jesucristo.

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Mensaje de Nuestro Señor Jesucristo a J. V.

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Habla Nuestro Señor Jesucristo

Hijitos Míos, os doy este pasaje de Mi Pasión, para que os deis cuenta de quiénes sois ahora.

Estoy en el Huerto de los Olivos, orando y orando por todos vosotros, por todos los tiempos, por los pecados del Mundo, pecados que Yo no cometí, Mis pequeños, todo lo que voy sufriendo es por causa vuestra. Yo tomé los pecados del Mundo, pasados, presentes y futuros.

Le estoy pidiendo a Mi Padre que Me dé Fuerza, para soportar todo el dolor que padezco en estos momentos, viviendo en Mí, vuestros pecados, sufriéndolos en Mí, que Soy el Puro, el Santo, Yo que Soy vuestro Dios.

Vuestros pecados traspasan Mi Corazón, destrozan Mi Cuerpo. Vuestros pecados Me hacen sufrir lo indecible, Yo, por ser Dios, por ser El Puro, El Santo, no puedo soportar en Mí que hubiera un pecado, puesto que Yo, como Dios, no puedo cometerlos, pero estoy tomando todos vuestros pecados, y los sufro en un forma en que vosotros no os podéis imaginar, porque mientras más cerca está uno de la Santidad, de la Pureza, más se sufre y ¿qué se puede decir de Mí, que Soy el Santo de los Santos y estoy tomando los pecados de toda la humanidad, del Universo entero en Mí? Yo, que no puedo cometer, lo que vosotros decís, ni siquiera un pecado venial.

Sufro  aquí, antes de que vengan los soldados, antes de que venga la traición de Judas, por eso sudo Sangre, por el gran dolor que Vivo en Mí, por vuestro Bien. Entended esto, Mis pequeños, todo lo estoy haciendo por vuestro Bien, porque así Me lo pidió Mi Padre.

Estoy sufriendo grandes dolores, grandes penas, dolores indecibles, incomprensibles para vosotros, porque no tenéis la Pureza, Mi Divinidad y no podéis entender cuanto Dolor puede sufrir un Dios con los pecados que vosotros cometéis, porque le habéis abierto vuestro corazón a satanás.

Vienen por Mí, viene la traición, la traición de Judas, ¡cuánto dolor de una traición, a quien estuve cuidando!, que aun sabiendo que Me iba a traicionar, lo tomaba más cerca de Mí, para que pudiera arrepentirse y llegar a Mí, arrepentido y perdonarle. Pero no, no quiso aceptar esa oportunidad, y que tuvo muchas, muchas oportunidades en esos tres años que Me acompañó.

Así hay tantos, tantos de vosotros, que aun teniendo la oportunidad de arrepentirse, a pesar de haberMe conocido, y esto os lo digo a vosotros, ministros de la Iglesia, sacerdotes, que, a pesar de haber estado estudiándoMe, estudiando Mis Palabras, viviéndolas, aun así Me traicionáis. No apartáis vuestra vista ni vuestros deseos de seguir al Mundo, de vivir en el Mundo, de traicionar a Aquel de quien vosotros tomasteis Sabiduría, Sabiduría Divina, Sabiduría Santa, Sabiduría que os iba a hacer crecer a niveles muy altos ante Mi Presencia, especialmente en vuestro Juicio, porque esa Sabiduría la daríais a vuestros hermanos que necesitan tanto de Mí, y en lugar de daros por vuestros hermanos, preferisteis vuestra propia persona, vuestro ser, para darle comodidad, para darle placeres, para darle una vida que no correspondía a vuestro estado sacerdotal.

Llegan los romanos, Me empiezan a tratar con desprecio, como si fuera el peor de los ladrones y asesinos, y aquí empieza, lo que es el Mundo también, y aquí es donde os veis, la mayoría de vosotros, en la cobardía.

Sí, Mis pequeños, Me duele deciros esto: la cobardía del ser humano. Mis Apóstoles, los escogidos, corren, Me dejan solo, solamente Pedro enfrenta con la espada, trata de defenderMe, pero lo reprimo, porque no debéis usar la maldad contra la maldad. Os debéis defender y Me debéis defender con vuestra propia vida, con amor, con Mis Enseñanzas. Me debéis defender con lo que Yo os he enseñado: dejando amor entre los vuestros, dejando vida espiritual, para ir destruyendo a las tinieblas que os han venido destruyendo a lo largo de los siglos.

La maldad a la que están acostumbrados los romanos, los verdugos contra los prisioneros, lo voy sintiendo Yo. Destrozan Mis carnes, pero más destrozan Mi Corazón, Mi Vida, Mi Vida íntima está siendo destrozada, al ver la maldad de éstos, que también son hijos Míos, hijos de Dios, pero tomados por satanás. Destrozan Mis Carnes con los latigazos, mientras tanto, Yo veo alrededor tantas miradas de desprecio, de odio, de maldad, cuando Yo sólo les enseñé la Verdad, el Amor; nunca hubo en Mí un acto que pudiera ser tomado en contra Mía en un juicio, todo en Mí era Bondad, ayuda hacia los demás.

Todo tipo de ayuda, de parte Mía, tuvieron aquellos que Me seguían, curando de cualquier enfermedad, levantando muertos, aliviando el dolor de las viudas, aliviando el dolor de las carnes destruidas por la lepra.

Y aquí viene el segundo dolor tan grande que tengo: la crueldad del hombre.

Os he ayudado en todo, Me he dado por todos vosotros, os he enseñado las palabras del Reino de los Cielos, os he traído el Amor que se vive en el Reino de los Cielos, pero vuestra crueldad es superior a vuestro agradecimiento. Me agradecíais cuando os daba de comer, cuando curaba vuestros dolores, vuestras penas, pero al momento de Mi Pasión, mostrasteis lo que teníais fuertemente arraigado en vuestro corazón: la crueldad.

¡Oh!, pueblo Mío, que Me traicionasteis, y en lugar de gritar que se Me liberara, escogisteis a Barrabás, escogisteis la maldad, ¿acaso él os dio salud?, ¿él os dio de comer alimento de la Tierra?, ¿os alimentó con el Alimento del Cielo, con Mi Palabra?, ¿os llevó por sendas de Amor? No, Mis pequeños, y aun así lo escogisteis, la crueldad en vuestro corazón se mostraba en cada momento de Mi Pasión dolorosa.

Me hacen cargar la Cruz, voy caminando con el madero, veo a un lado y a otro, os veo a los ojos, a cada uno de vosotros os voy viendo.

Y aquí viene el gran dolor, el tercer gran dolor: la indolencia.

Os volteo a ver y os pregunto, desde Corazón a corazón: ¿Cómo es que no Me defendéis?, ¿cómo es que no os doléis de verMe así, a Mí, vuestro Dios, el Mesías esperado, el Mesías que os iba a dar la libertad? Os veo a los ojos y bajáis vuestra vista, porque no soportáis el verMe así.

No os estoy juzgando todavía, quiero que Me acompañéis, que toméis Mis Dolores, comprendáis que estoy así, sufriendo lo que vosotros debierais sufrir, porque no son Mis pecados por los que estoy así sufriendo; son vuestros pecados y que los he tomado para ayudaros, para salvaros, para levantaros del lodo en que el que vivís, a donde os ha llevado satanás.

Entended bien esto, Mis pequeños, Yo Me di por vosotros, son vuestros pecados y vosotros debierais estar tomando la Cruz, debierais ir sufriendo lo que Yo sufrí por vosotros, pero la indolencia en vosotros es inmensa.

Os sigo viendo a los ojos, aquellos que tienen muchos bienes del mundo, simplemente, Me ven y Me desprecian: “vean, ¡bah!, ahí va ese pobre hijo del carpintero, ¡bah!, un pobretón que se lo llevan a matar”.

¡Pobres de vosotros, aquellos que os escudáis con los bienes del mundo! Cuando Me veáis en el Reino de los Cielos, Mis riquezas, Mi Divinidad expuesta ante vuestros ojos, ¿quién va a ser el pobre? ¿Quién es el que va a tener que bajar la vista, cuando veáis Mis Potencias Divinas y cuando veáis vuestra pobreza espiritual? Vosotros sois los pobres, los que necesitáis de Mí para poder salvaros.

¡Cuánto dolor hay en Mi Corazón, porque en ese trayecto hacia el Monte Calvario, en donde Yo seguía viendo a los que estaban a Mi alrededor; en lugar de que el pueblo se doliera y Me acompañara en Mis dolores, esa indolencia se volvía cada vez peor. Me arrojaban piedras, Me arrojaban estiércol, lodo, Yo, el Puro, el Santo, el Divino Dios, vuestro Mesías, estabais desperdiciando la oportunidad de vuestra vida, para tener a vuestro Redentor entre vosotros.

¡Tanto tiempo Lo habíais esperado!, Lo tuvisteis entre vosotros y así Le pagasteis Al que os vino a levantar, a enseñaros a vivir cómo se vive en el Cielo, El que os vino a dar todo Su Ser, para que pudierais vivir, verdaderamente, y no estuvierais sojuzgados por las autoridades judías, que se aprovechaban de vosotros.

Estoy en la Cruz, y la indolencia en vosotros sigue. Me gritáis blasfemias, hacéis que Mi Corazón siga sufriendo todavía más, porque sufro, y sufro por lo que tendréis en lo futuro. Sufro, porque veo que en muchos corazones, toda esta Donación Mía, de vuestro Dios, no os hará cambiar y muchos os condenaréis, porque no quisisteis apreciar, lo que Todo Un Dios, que bajó a la Tierra para salvaros, os dio para vuestra salvación, para vuestro crecimiento espiritual, para obtener una vida eterna en el Reino de los Cielos.

¡Cuánto dolor en la Cruz! ¡Pobres, pobres hijos Míos!

Padre:

(empieza J.V. a llorar)

¡Perdónalos, porque no saben lo que hacen!

J.V. dice: ¡Señor perdónanos!