(1998) Otras Enseñanzas de Dios Padre.

Mensaje de Dios Padre a J.V. en 1998.

 

Era el tiempo de Navidad de 1995 y como es de costumbre la Iglesia nos prepara para el Nacimiento del Niñito Jesús. En varios lados yo escuchaba sobre la majestuosidad y grandeza de Jesús bebé en el pesebre. Yo, en lo personal, platicaba con Dios Padre y con Nuestro Señor sobre ese detalle y les decía que esa grandiosidad se me hacía fácil entenderla en los milagros portentosos que hizo Nuestro Señor, o en Su Resurrección, o en momentos en los cuales la Divinidad de Nuestro Señor se hacía patente, pero en el pesebre yo podía sólo ver Su ternura de bebé y poder sólo verLo haciendo gracias bellísimas de los bebés. 

Así me la pasé por no sé cuanto tiempo y un cierto día nos invitan a mi compañera de misión y a mí a una Misa en una casa particular. Esto fue como unos 3 ó 4 días antes de la Noche Buena. El sacerdote que oficiaba era el que casó a mi compañera y sabía de sus experiencias con Nuestro Señor. La Misa empezó con gran devoción de los que ahí nos encontraban y de repente tengo una visión hermosísima, me encuentro ante el Niñito Jesús estando en el pesebre. Ví a los animales junto a Él y poca gente atrás, realmente no puedo decir quien estaba, supongo que la Santísima Vírgen y San José, pero no pude observarlos ya que la presencia del Niñito Jesús que me estaba observando no me permitía voltear a ver a algo o a alguien más atentamente. Él estaba semiacostado, observándome y en eso yo sentí como que una fuerza muy grande sobre mi cabeza, me obligaba a postrarme ante tal majestuosidad, a pesar de ser un bebé. Fue tan fuerte esa presencia ahí que mí compañera la sintió, pero ella no se percató de nada y al final de la Misa le fue a contar al sacerdote lo que había sentido. Ella le decía, padre algo muy grande acaba de pasar aquí, no sé que fue, pero fue algo muy grande. Lo mismo me comentó y les expliqué el regalo que me acababa de dar el Niñito Jesús.

Otra experiencia, penosa pero bella, fue un día estando en la capilla orando, y de repente veo a la Santísima Vírgen al lado derecho del altar y al Señor San José del lado izquierdo. Al verlo a Él me dice con una voz muy bella y suplicante: “(Aquí dice mi nombre), no te olvides de mí”. Tengo que decirles que yo no era muy devoto al Señor San José, ni había entendido la grandeza de su misión y de su persona. Después de éste acontecimiento me puse a leer de Su vida para conocerlo más y así comprendí su lugar tan grande que tuvo en la Historia de la Salvación y el lugar que tiene ahora en la Iglesia y en nuestras familias, para proseguir con la obra de Nuestro Señor Jesucristo. Ámenlo profundamente y nunca los va a defraudar.

Otra experiencia muy grande e importante y que nos concierne a todos los seres humanos nos la dio un día a mi compañera y a mí, cuando íbamos en el coche manejando y rezando el Santo Rosario. Nos dijo Nuestro Señor: “Repasen los Mandamientos y pídanme perdón por los pecados que se cometen en cada uno de ellos pero tomándolos ustedes mismos, como si ustedes los hubieran cometido”. En ése momento no nos dimos cuenta de la magnitud de la petición y empezamos. El primero, Amaras a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo. Nos pusimos a pensar de cuantas formas podemos ofender a Dios en éste mandamiento, uno decía, Te pido perdón porque yo como padre (o madre) de familia no he enseñado a mis hijos a amarTe, el otro decía, Yo te pido perdón porque soy de algún movimiento ateo o similar y hago revistas, volantes, revistas o programas de televisión en los cuales blasfemo o ataco a Tú Santo Nombre. Y así recordando todos los pecados que conocemos que se cometen en el mundo entero, los fuimos presentando ante Nuestro Señor con cada uno de los Mandamientos, como si nosotros los hubiéramos cometido. Tengo que decirles que cuando íbamos en el séptimo u octavo ya no aguantábamos el peso de tanta mugre de los pecados que todos cometemos y que le llegan al Cielo a la Santísima Trinidad. Todos somos responsables de ellos, unos por cometerlos y otros por no orar y evitarlos y otros por no reparar y evitarle ese dolor a Dios.