Jun 19_98 La Santidad es una gracia.

Mensaje de Dios Padre a JV,en la Fiesta del Sagrado Corazón.

Habla Dios Padre,
Sobre: La Santidad es una gracia.

Hijitos Míos, hoy les quiero hablar de la Santidad. La Santidad es una gracia inherente al alma. El alma nació santa, porque es parte de Mí. Yo vuestro Padre, os la dono y vosotros, con vuestra voluntad y con vuestro deseo de servirme, os concedo el don de la vida y al bajar a la Tierra se empieza a manchar por la culpa del pecado original. Yo os lleno de talentos tanto para el servicio de vuestras almas para lograr vuestra salvación y santificación, como para la de vuestros hermanos.

Cuando entre vosotros os hablan sobre los santos, os imagináis que nace uno cada determinado tiempo y creéis que la santidad es solamente para esas almas especiales. No es así, hijitos Míos. Sí, es verdad que de tiempo en tiempo envío un alma especial para levantar Mi Iglesia y de ahí se les conoce como profetas, doctores de la Iglesia, Santos Teólogos, pero los que vosotros conocéis por los relatos históricos, la gran mayoría son almas santas cuya misión es el engrandecimiento y el conocimiento de las leyes de Mi Iglesia, pero no olvidéis que la Iglesia, también sois todos vosotros.

Ahora les hablo de los niveles de actuación en Mí Iglesia. Los estratos altos en Mi Iglesia, los que llevan el conocimiento profundo y la práctica del mismo, empezaría con los representantes de Mis Apóstoles y entre­ ellos hay multitud de santos; pero luego siguen los que aceptando con a­mor y gratitud Mis Enseñanzas, las proclaman con su ejemplo de vida a to­dos niveles. Es aquí en donde ya estoy hablando de todos vosotros, sin im­portar que seáis padres o madres de familia, solteros o casados, que ten­gáis cualquier tipo de profesión o forma de vida, no importa en donde os encontréis actuando a diario, vosotros, como otros tantos hijos Míos, estáis llamados a la Santidad.

Pero ¿Qué es la Santidad? Vosotros, la mayoría, os imagináis que para ser santo hay que encerrarse en un convento, hacer penitencias fortísimas, ayunos que matan, golpearse con ca­denas. No, hijitos Míos, eso no es realmente la santidad, ayuda pero no la da.

El santo es aquél, que cumpliendo con Mi Palabra, la pone en prác­tica con un verdadero Amor, se sirve de Mi Palabra, llevada hasta vosotros con el ejemplo de Mí Hijo Jesucristo, para el crecimiento y ayuda espiri­tual y material de vuestro prójimo. El santo es aquél, que llevando su vida cotidiana, muchas veces sin ni siquiera ser un tipo de vida extraordinario, sino de lo más normal posible, une su vida, sus méritos, su amor, y su cruz, sin quejarse, a los méritos, vida y ejemplo de Mí Hijo Jesucristo. Cuando vosotros unís vuestros pequeños actos a los de Mí Hijo y ac­tuáis con un sincero corazón, sois santos.

Nadie, escuchad atentamente, nadie que se una completamente a la vida y méritos de Mi Hijo, que Me ofrezca su vida y sus pequeños o grandes lo­gros y sufrimientos, será apartado del triunfo final, de vuestra santifi­cación y de vuestro reinado en Mi Casa Celestial, porque si os unisteis en vida terrena a Mí Hijo en todos vuestros actos, también gozaréis unidos a la vida de triunfo  celestial con Mi Hijo, por toda la Eternidad.

Ahora podréis comprender lo fácil que es llegar a ser santo.

Os vuelvo a recordar, vuestra alma fue donada por Mí, primeramente santa, puesto que como es parte de Mí, siendo Yo el santo de los Santos, vuestra lama nació santa. Luego es puesta a prueba, por vuestra propia decisión y a Mi servicio para salvación de todas las almas, tanto terrenas como del Purgatorio, y al final de vuestra Misión me la deberéis entregar, nuevamente santa, como Yo os la concedí, porque no se puede volver a unir a Su Creador si no lleva la misma pureza y estado de virtud en la cual primeramente, se cedió a vosotros.
Así que para que Me la po­dáis regresar pura y digna de vuestro Creador la mejor forma es a través de la santidad de vuestras vidas. “Sed Santos, como Vuestro Padre Celestial es Santo”, os lo dijo Mi Hijo. Uníos a Sus Méritos y lo lograréis. Os espero y bendigo en Mi Santo Nombre, en el de Mi Santísimo Hijo Jesucristo y en el del Santo Espíritu de Amor.